domingo, 31 de diciembre de 2017

2017

Convivo con llantos y una sociedad ignominiosa que no acepta los cambios de las cosas. Nos aferramos a las mariposas del ayer olvidándonos que fueron gusanos alguna vez. He aprendido que las decisiones no es solo escoger entre múltiples opciones, es acatar el ‘sino’ que los que te rodean han elegido. Amigos que pasan a ser conocidos, un “a ver si nos vemos” se convierte en “y lo que nosotros fuimos”. Quizá lo que queremos decir es que nos vemos… pero en fotos. Porque eso sí, por pantalla y teclado somos amigos de todos. Tú me sigues, yo te sigo. Vivimos entre ‘likes’ y ‘dislikes’, entre Coca Cola Zero y Pepsi Light, Adidas y Nike. No es ni bueno ni es malo, ni siquiera hables del destino ni de un Dios. ‘Dicotomizamos’ todo, pero, a veces, es, simplemente es.

Esta perorata que argumento prueba que no somos meros autómatas, que cambiamos con el paso de las horas y los días; que la rutina mata. Me alegra, me entristece, cambio. Nos modificamos. Amamos lo que antes odiábamos y viceversa. Luego somos causa de críticas que no cesan porque somos contradictorios en nuestras acciones. ¡Somos motores del cambio! Seres de un sistema aleatorio, impreciso. No lo impidas, no malgastes energía, el hecho de intentarlo sería una herejía.

Sin embargo, yo me siento inerme ante esta situación, vacío y falto de razón para decir todo esto. Sin ser una diatriba contra ti, contra él o contra ella; lo que digo es que la vida es bella por sanar y crear las heridas.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Sentimientos patológicos.

Hoy publico un escrito que empecé en el 2014, lo he rescatado y he decidido guardarlo en blog, con otros tantos.

A veces nos encontramos con sentimientos que no entendemos, lo peor de ellos es que se multiplican cuando no les damos importancia. Suelo definirlos como sentimientos patológicos.

Odio sentarme y no tocar el suelo, levantarme y no alzar el vuelo, no controlar mi ego, dejar las cosas para luego, vivir en un mundo ya montando cual ‘Lego’. Odio que buenos pensamientos duren un destello, que intenten tomarme el pelo, que el blanco no sea tratado igual que el negro, discutir sin criterio y no llegar a un acuerdo, que mande el dinero.

Odio que sea más fácil odiar que decir ‘te quiero’, no sentir apego por la patria y sí por apreciar lo que es bello. Odio al fuego, que es capaz de quemar esto y aquello; al agua, por ser capaz de ahogar cualquier ruego; al viento, por derrumbar los hogares de los plebeyos; y odio a la arena por enturbiar al hielo.

Odio a los bancos por poner el agua al cuello, al alcohólico de turno que causa un atropello, al hipócrita que no es sincero con su consuelo. Odio al comunista, que quiero lo que no es suyo; al capitalista, por poner precio al suelo. Odio a la historia y las leyes que nos miran con recelo por no creer en ellas y sí en el pueblo. Odio que te fastidien y no puedas poner un ‘pero’.

Odio la verdad y la mentira. Odio la vida convertida toda en ira porque las prioridades están por encima de los modales. Odio las verdades a medias, las sonrisas fingidas, las caras torcidas, el ceño fruncido, mentiras arrepentidas y los perdones que de nada han servido. Odio repetir patrones, que seamos catalogados por nuestros dones.

Odio que no me llames, pero odio que me hables, odio verte en la calle, pero no quiero que te escondas, odio todos esos adjetivos con los que adornas tus frases, odio a las personas que desaparecieron como flashes sin razón aparente. Odio que tengamos que ser consecuentes, ir de frente y estrellarme ante muros indiferentes.

Odio a la sociedad, que sacia su sed con alcohol para evadirse de la verdad. Odio que el sobrio sea el loco y el ebrio el cuerdo, que hace lo que todos. Odio cada día y cada noche, el ruido de los de coches, el silencio en los bosques. Odio saber que aún no me conoces, que un roce sea sinónimo de sexo o pelea. Odio al poseso que defiende al sistema, a la escuela que lo refuerza, odio la discoteca, los maniquís y viceversa.