Análisis
crítico a
La prioridad de la filosofía de la educación sobre las disciplinas empíricas en la investigación educativa (Fernando Gil Cantero y David Reyero,
2014).
Este
artículo nos muestra una postura que propuso Steven Pinker en la cual se defiende que
la ciencia empírica es más valiosa que las disciplinas humanísticas para la investigación educativa. Pinker propone esto basándose en dos premisas:
1. La
realidad es inteligible.
2. La
adquisición de conocimiento es difícil y se necesita superar obstáculos y
estimular al cerebro para conseguirla.
A
estas dos razones hay que añadir que la posmodernidad, el oscurantismo, el
relativismo y la corrección política actual, según Pinker, frena todo progreso de
las humanidades. Teniendo en cuenta lo
anterior, nos encontramos con un debate sobre la posición y el papel tanto de la Filosofía de la Educación como el de
la Investigación Empírica en la Educación.
Por
un lado, los defensores del modelo científico, al considerar la educación como
una relación de ayuda, como le ocurre a la medicina, buscan de la eficacia y la
evidencia, investigando a través del método empírico. Por otro lado, bajo el
paradigma de la postmodernidad, encontramos a los que apoyan un método menos
normativo, que prioriza la complejidad, el contexto histórico y las relaciones
de poder que podemos ver en educación.
De
estas dos vertientes, en materia de política de la educación, la investigación
empírica es la que más fondos, sin duda, está recibiendo, debido a la necesidad
de reconocer los efectos del gasto que se realiza a través de
investigaciones cuantitativas. Sin embargo, este tipo de pensamiento nos lleva
a entender la educación como una empresa, que Hirtt (2003) lo define como un “valor de mercancía”, y no como un
servicio del estado con el que, como dice Pérez Gómez (2012), “enseñar a personas cómo educarse, cómo
construirse como sujetos autónomos singulares, utilizando las mejores
herramientas que ofrece el saber acumulado por la humanidad”.
En
este sentido, Gil y Reyero con su artículo nos proponen varios argumentos en
contra de esta supremacía de la investigación empírica sobre la filosofía de la
educación.
Entre
ellos, quiero destacar en el que habla sobre que la política educativa trata
los fines educativos, que estos, sin duda, tienen un carácter filosófico e ideológico.
Así, no puede entenderse los estudios empíricos, que se utilizan en política
educativa, sin tener en cuenta la finalidad de los mismos, es decir, la
ideología que hay detrás de dichas políticas. De hecho, las contribuciones de
la filosofía, según Gil y Reyero, han tenido dos líneas dominantes:
1. La
clarificación de conceptos y corrientes ideológicas.
2. La
defensa de los valores que deben apoyar la política y las prácticas educativas.
Toda
política está justificada a través de una ideología compartida, pero no
científica, y con influencia en la praxis de las personas.
En
cuanto a la actividad educativa, los estudios empíricos resultan no
determinantes porque están descontextualizados en comparación con los juicios
prácticos, pues de manera empírica no es posible recoger los dilemas educativos
en el que convergen demasiados elementos. De hecho, es tan compleja que no tiene unas reglas o secuencias que nos aseguren su éxito. Tal y como afirmó Robinson (2010) “(…) no se puede predecir el resultado del desarrollo humano; todo lo que puedes hacer es crear las condiciones necesarias, como un agricultor, donde ellos pueden florecer.” Es más, el hecho educativo alberga factores y distintos niveles de relación, a saber:
·
Los factores son las distintas variables
genéticas y socioculturales que conforman al sujeto.
·
Los niveles son la incidencia o los
efectos de la educación en distintas dimensiones:
o
Dimensión físico-biológica.
o
Dimensión psicológica y sociocultural.
o
Dimensión antropológica (espiritual,
trascendente o de sentido).
Ante
estos niveles, los estudios empíricos pueden tener cabida en los dos primeros. Sin
embargo, en el tercer nivel estamos hablando de fines de la educación. Hay que
tener en cuenta que, compartiendo la opinión de Dewey (1998), cuando hablamos
de fines de la educación no debemos preocuparnos por encontrar una definición
diferente que el propio proceso educativo, dado que la propia posibilidad de
aprender es en sí mismo el objeto de la educación. De ahí que, si en el último
nivel, que evidentemente impregna los otros dos niveles, la ciencia no puede
darnos investigaciones significativas, pues es de carácter filosófico, realmente
la investigación empírica no parece suficiente para comprender el hecho
educativo y proponer mejoras al mismo, sino es teniendo en cuenta la carga
filosófica de las propuestas. No obstante, podría pensarse que el
pensamiento filosófico es necesario por la deficiencia del empirismo, lejos
de esto, la filosofía de la educación se hace necesaria para dirigir el
conocimiento hacia una mayor humanización y comprender las consecuencias del
proceso educativo.
Bibliografía.
Dewey,
J. (1998). Democracia y educación.
Madrid: Ediciones Morata.
Hirtt,
N. (2003). Los nuevos amos de la escuela:
el negocio de la enseñanza. Madrid: Editorial Digital.
Pérez
Gómez, A. (2012). Educarse en la era
digital. Madrid: Ediciones Morata.
Robinson,
S. (2010). Sir Ken Robinson: ¡A iniciar
la revolución del aprendizaje! Ted.com. Revisado 15 de abril de 2016: https://www.ted.com/talks/sir_ken_robinson_bring_on_the_revolution?language=es#t-13457
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