Hoy publico un escrito que empecé en el 2014, lo he
rescatado y he decidido guardarlo en blog, con otros tantos.
A veces nos encontramos con sentimientos que no
entendemos, lo peor de ellos es que se multiplican cuando no les
damos importancia. Suelo definirlos como sentimientos patológicos.
Odio sentarme y no tocar el suelo, levantarme y no
alzar el vuelo, no controlar mi ego, dejar las cosas para luego, vivir en un
mundo ya montando cual ‘Lego’. Odio que buenos pensamientos duren un destello,
que intenten tomarme el pelo, que el blanco no sea tratado igual que el negro,
discutir sin criterio y no llegar a un acuerdo, que mande el dinero.
Odio que sea más fácil odiar que decir ‘te quiero’, no
sentir apego por la patria y sí por apreciar lo que es bello. Odio al fuego,
que es capaz de quemar esto y aquello; al agua, por ser capaz de ahogar
cualquier ruego; al viento, por derrumbar los hogares de los plebeyos; y odio a
la arena por enturbiar al hielo.
Odio a los bancos por poner el agua al cuello, al
alcohólico de turno que causa un atropello, al hipócrita que no es sincero con
su consuelo. Odio al comunista, que quiero lo que no es suyo; al capitalista,
por poner precio al suelo. Odio a la historia y las leyes que nos miran con
recelo por no creer en ellas y sí en el pueblo. Odio que te fastidien y no
puedas poner un ‘pero’.
Odio la verdad y la mentira. Odio la vida convertida
toda en ira porque las prioridades están por encima de los modales. Odio las
verdades a medias, las sonrisas fingidas, las caras torcidas, el ceño fruncido,
mentiras arrepentidas y los perdones que de nada han servido. Odio repetir
patrones, que seamos catalogados por nuestros dones.
Odio que no me llames, pero odio que me hables, odio verte
en la calle, pero no quiero que te escondas, odio todos esos adjetivos con los
que adornas tus frases, odio a las personas que desaparecieron como flashes sin
razón aparente. Odio que tengamos que ser consecuentes, ir de frente y estrellarme
ante muros indiferentes.
Odio a la sociedad, que sacia su sed con alcohol para
evadirse de la verdad. Odio que el sobrio sea el loco y el ebrio el cuerdo, que
hace lo que todos. Odio cada día y cada noche, el ruido de los de coches, el
silencio en los bosques. Odio saber que aún no me conoces, que un roce sea sinónimo
de sexo o pelea. Odio al poseso que defiende al sistema, a la escuela que lo
refuerza, odio la discoteca, los maniquís y viceversa.
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