Antes
de que leáis mi poema, os dejo con unos versos de José Martí, dice así:
¿Qué
importa que tu puñal
se me
clave en el riñón?
¡Tengo
mis versos, que son
más
fuertes que tu puñal!
¿Qué
importa que este dolor
seque
el mar, y nuble el cielo?
El
verso, dulce consuelo,
nace a
un lado del dolor.
Celos.
Marcan
las en punto en el reloj de arena.
He
quedado con ellos en el bar de arriba.
No
los veo desde que, con más gloria que pena,
los
despedí, pero están aquí con su diatriba.
Sigo
siendo reo de la vida o de mí mismo.
No
me gritéis – les grité, mirando al abismo.
Sin
esperas, me respondieron con certeza
de
que el fantasma que veo está en mi cabeza.
Sigo
tan inerme antes todas vuestras armas,
sigo
acomplejado ante la competencia.
Sin
fuerza ni esperanza a que suenen alarmas
que
me despierten de mi agónica conciencia.
Tan
agobiado, tan contrariado por ser yo.
Mi
ego oculto espera luz como agua de mayo,
con
la suspicacia del que sabe que va a perder
y
ya no tiene nada más que repetir el ayer.
Sopeso
si soy yo parte de un cuento ficticio
del
que no se pueden cambiar los diálogos.
Me
dirá que el tiempo se llevó el beneficio,
que
nos mató, que nos ató y desató otros halagos.
Conservo
pensamientos del moro de Venecia:
temo
un futuro incierto que me desprecia.
Presencio,
sin vacilación, vileza en cada peripecia.
Difícil
vivir como yo; con una mente tan necia.
Nací
culpable, ni me juzguen; no pedí comprensión.
Sé
que el mundo se cae y no soportan a los que son
como
yo. No me molesta ver el vaso medio vacío,
me
molesta querer como propio, lo que no es mío.
La
inquietud del miedo es mi ansiedad constante;
luchar
por luchar, pero todo se va en un instante.
En
mi cabeza una alarmante 'Eco'; ya la sufrió Hera,
siempre
castiga con una mentira que se prolifera.
No
veo nada de franqueza en las relaciones,
siento
que ocultamos todas nuestras tentaciones.
La
delicadeza desaparece cada paso adelante
como
una explosión aparece al pulsar el detonante.
No
cuento las veces que la malpienso,
porque
saludar con dos manos no es costumbre.
La
Policía del Pensamiento me tiene en la cumbre.
Quema
poco a poco, como las varillas de incienso.
Tengo
tanto miedo a las distancias largas,
a
dejar de creer en ella y seguir creyendo en Judas,
a
mirar en el espejo y solo ver caras amargas,
a
volver a creer en dios por tener tantas dudas.
Algo
falla si los que engañan son los amantes.
Soporté
en silencio ahogarme en mares de infieles,
soporté
saber que ellos son los más abundantes.
Quiero
poder confiar y no mantas echas de pieles.
Y
yo que reflexiono, soy monógamo hasta el diente;
hubo
una vez que… me caí al precipicio de frente.
Sociedad
me hizo a su imagen y semejanza,
balanceé
la moral y ahora quiero la moral en la balanza.
Iba
a ser un diálogo, pero os doy mi suspiro,
sin
pedir clemencia por estos ruegos:
lo
plasmo en cualquier papel a falta de papiro.
No
importan los detalles, no importan los egos
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Cerraré esta entrada como la empecé, con José Martí:
¡Dolor! ¡Dolor! Eterna vida mía.
Yo, —embriagado
de mis penas, — me devoro,
Y mis
miserias lloro,
Y
buitre de mí mismo me levanto,
Y me
hiero y me curo con mi canto,
Buitre
a la vez que altivo Prometeo. —
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