lunes, 6 de junio de 2016

Definamos lo bueno.

En el VII Encuentro de ApFraTo se habló varias veces sobre la “educación de calidad” o “ser buen maestro”. Se supone que todos pensamos que todos piensan lo mismo que pensamos, pero… ¿y si no es así?

Comenzando con un breve repaso por el uso histórico de la palabra “calidad”, encontramos que, en el siglo XVIII, en el contexto empresarial, surgió una corriente que definía la calidad como un valor, dándole relatividad dentro de un propio mercado. Más adelante, en el siglo XX, la definición que entró en juego fue establecida en base a los estándares de determinados productos, es decir, a una evaluación según unas especificaciones que se debían cumplir. De esta forma, un constructo que no podía ser cuantificable, pasó a ser controlado, cuantificable y comparable (Cerda y Opazo, 2003). Para encontrar su aparición en relación con la educación hay que remontarse al comienzo de la disciplina de la “Economía de la educación”, por allá en los años sesenta. Esta disciplina provocó una influencia considerable en la preocupación por la calidad educativa. 

Hecha esta salvedad, establezcamos un primer punto: las ideas de calidad están asociadas a las nociones y al sentido de la educación, así como a las estrategias de mejoramiento. Según Otero (2004) esto implica considerar que el significado de la palabra calidad va a estar sujeto a los diferentes intereses y a las diferentes percepciones de la realidad. Egido (2005) nos manifiesta que cuando hablamos de calidad es toda vez que las expectativas han sido cubiertas, es, por ende, un término totalmente subjetivo.

Tal vez podríamos afirmar que la dificultad no está en definir el término ‘calidad’, sino el diferenciar y definir la ideología. En otras palabras, qué entendemos por calidad, qué hay por encima y por debajo, qué se piensa hacer para tórnala posible y quién puede quedar excluido con esas ideas de calidad (Otero, 2004). Deberíamos establecer, desde ya, que en la educación conviene múltiples actuaciones políticas e ideológicas. Toda vez que esto sea asumido puede ser analizado en pro de un cuestionamiento de la ideología hegemónica, para beneficio de la sociedad y no del mercado. Tal y como afirma Hirtt (2003), el capitalismo siempre ha tenido el control de la enseñanza y su intención en ningún momento ha sigo ofrecer una igualdad de oportunidades o aumentar la cualificación de todas las personas, sino ofrecer a la patronal los trabajadores que necesitaba.
Algunas personas han sacado la errónea conclusión de que podía existir bajo el régimen capitalista un derecho a la enseñanza, un derecho al saber, un derecho a obtener un título o una cualificación, allí donde sólo había un efecto secundario, beneficioso pero fortuito, de la necesidad de socializar, de educar, de adoctrinar y de formar una mano de obra competitiva y diversificada.  (Hirtt, 2003, p. 77).
Dicho esto, ¿qué calidad educativa habría que buscar en la educación obligatoria? ¿Es necesario buscar la calidad educativa? Quizá no sea necesario hablar de calidad, recogiendo las palabras de Comenius (1640, citado en Gimeno, 2005) nos propone que la escuela debe provocar la enseñanza de “todas las cosas que hacen referencia al hombre completo, aunque unas hayan de ser después de mayor uso para unos que para otros”. Esta intención, de educar todos los ámbitos de la persona humana que son posibles de mejorar, no debe entenderse como responsabilidad por parte de los educadores. No debemos primar el resultado del objetivo, tan amplio, sino el proceso por el cual vamos a intentar el desarrollo íntegro de las personas.

Para ir cerrando esta entrada, en mi opinión, la calidad educativa debe centrarse lejos de rendimientos academicistas, del output empresarial, la educación debe, como dice Pérez Gómez (2012), “enseñar a personas cómo educarse, cómo construirse como sujetos autónomos singulares, utilizando las mejores herramientas que ofrece el saber acumulado por la humanidad”. En definitiva, no se encuentra en una pedagogía bancaria, sino en una basada en una socialización dialéctica que, según Freire (1968), “advierta [al alumno] de los peligros de su tiempo, para que consciente de ellos, gane la fuerza y el valor para luchar en lugar de ser arrastrado a la perdición de su propio yo, sometido a prescripciones ajenas.”

Lee, duda y escribe. 

Fuentes:
Dijk, T. (1999). Ideología: una aproximación multidisciplinaria. Barcelona: Gedisa Editorial.
Egido, I. (2005, 01). Reflexiones en torno a la evaluación de la calidad educativa. Tendencias pedagógicas, 10, 17-28.
Freire, P. (1968). Pedagogía del oprimido. Madrid: Siglo XXI.
Gimeno, J. (2005). La educación obligatoria: su sentido educativo y social. Madrid: Morata.
Hirtt, N. (2003). Los nuevos amos de la escuela: el negocio de la enseñanza. Madrid: Editorial Digital.

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