En el VII Encuentro de
ApFraTo se
habló varias veces sobre la “educación de
calidad” o “ser buen maestro”. Se
supone que todos pensamos que todos piensan lo mismo que pensamos,
pero… ¿y si no es así?
Comenzando con un breve repaso por el
uso histórico de la palabra “calidad”, encontramos que, en el siglo XVIII, en el contexto empresarial, surgió una
corriente que definía la calidad como un valor, dándole relatividad dentro de
un propio mercado. Más
adelante, en el siglo XX, la definición que entró en juego fue establecida en
base a los estándares de determinados productos, es decir, a una evaluación
según unas especificaciones que se debían cumplir. De esta forma, un constructo
que no podía ser cuantificable, pasó a ser controlado, cuantificable y
comparable (Cerda y Opazo, 2003). Para encontrar su aparición en relación
con la educación hay que remontarse al comienzo de la disciplina de la “Economía de la educación”, por allá en los años sesenta. Esta
disciplina provocó una influencia considerable en la preocupación por la
calidad educativa.
Hecha esta salvedad, establezcamos un
primer punto: las ideas de calidad están asociadas a las nociones y al
sentido de la educación, así como a las estrategias de mejoramiento. Según Otero (2004) esto implica
considerar que el significado de la palabra calidad va a estar sujeto a los diferentes intereses y a las
diferentes percepciones de la realidad. Egido (2005) nos manifiesta que
cuando hablamos de calidad es toda vez que las expectativas han sido cubiertas,
es, por ende, un término totalmente subjetivo.
Tal vez podríamos afirmar que la
dificultad no está en definir el término ‘calidad’, sino el diferenciar y
definir la ideología. En
otras palabras, qué entendemos por calidad, qué hay por encima y por debajo, qué
se piensa hacer para tórnala posible y quién puede quedar excluido con esas
ideas de calidad (Otero, 2004). Deberíamos
establecer, desde ya, que en la educación conviene múltiples actuaciones
políticas e ideológicas. Toda vez que esto sea asumido puede ser analizado en
pro de un cuestionamiento de la ideología
hegemónica, para beneficio de la sociedad y no del mercado. Tal y como
afirma Hirtt (2003), el capitalismo siempre ha tenido el control de la
enseñanza y su intención en ningún momento ha sigo ofrecer una igualdad
de oportunidades o aumentar la cualificación de todas las personas, sino ofrecer a la patronal los trabajadores que
necesitaba.
Algunas personas han sacado la errónea
conclusión de que podía existir bajo el régimen capitalista un derecho a la
enseñanza, un derecho al saber, un derecho a obtener un título o una
cualificación, allí donde sólo había un efecto secundario, beneficioso pero
fortuito, de la necesidad de socializar, de educar, de adoctrinar y de formar una
mano de obra competitiva y diversificada. (Hirtt, 2003, p. 77).
Dicho esto, ¿qué calidad educativa habría que buscar en la educación obligatoria? ¿Es necesario buscar la calidad educativa? Quizá no sea necesario hablar de calidad, recogiendo las palabras de Comenius (1640, citado en Gimeno, 2005) nos propone que la escuela debe provocar la enseñanza de “todas las cosas que hacen referencia al hombre completo, aunque unas hayan de ser después de mayor uso para unos que para otros”. Esta intención, de educar todos los ámbitos de la
persona humana que son posibles de mejorar, no debe entenderse como
responsabilidad por parte de los educadores. No debemos primar el resultado del
objetivo, tan amplio, sino el proceso por el cual vamos a intentar el
desarrollo íntegro de las personas.
Para ir cerrando esta entrada, en
mi opinión, la calidad educativa debe centrarse lejos de rendimientos
academicistas, del output empresarial, la educación debe, como dice Pérez Gómez (2012), “enseñar a
personas cómo educarse, cómo
construirse como sujetos autónomos
singulares, utilizando las mejores herramientas que ofrece el saber
acumulado por la humanidad”. En definitiva, no se encuentra en una pedagogía bancaria, sino en
una basada en una socialización dialéctica que, según Freire (1968),
“advierta [al alumno] de los peligros de su tiempo, para que consciente de
ellos, gane la fuerza y el valor para
luchar en lugar de ser arrastrado a la perdición de su propio yo, sometido
a prescripciones ajenas.”
Lee, duda y escribe.
Fuentes:
Dijk, T. (1999). Ideología:
una aproximación multidisciplinaria. Barcelona: Gedisa Editorial.
Egido, I. (2005, 01). Reflexiones en torno a la
evaluación de la calidad educativa. Tendencias
pedagógicas, 10, 17-28.
Freire, P. (1968). Pedagogía
del oprimido. Madrid: Siglo XXI.
Gimeno, J. (2005). La
educación obligatoria: su sentido educativo y social. Madrid: Morata.
Hirtt, N. (2003). Los
nuevos amos de la escuela: el negocio de la enseñanza. Madrid: Editorial
Digital.
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