Un poema que le embarga la tristeza mantenida en suspense por la esperanza de cambiar el rumbo. Sin duda, es una marca en el camino para saber dónde me encontraba.
Sígueme a ver el
universo.
Mi vida es un vaivén como las del resto.
Cada cuesta que me viene tiene impuestos.
Aprendí que más de un intento es molesto
y que la tristeza se oculta con gestos.
La libertad y la cárcel son sinónimos,
mas no quiero jugar a ‘Desconocidos’
en ciudades donde caben los olvidos,
ni he firmado cartas en nombre de Anónimo.
No conozco por dónde quedan los límites
de lo que hicimos, mas no hay quien nos lo quite.
Vine hablar de mí; tú sabes mi escondite.
No leas esto, pues esto es solo un trámite.
Te dije ven y acompáñame aquí abajo,
el frío y el calor no andan por estos suelos.
La confianza se mudó a un cuerpo sin celos,
iba con prisa y logró ir por un atajo.
No quise ser especial y no lo fui.
Pude volar, pero sin salir de aquí.
Ahora me siento como un maniquí:
preso en una tienda de la que no hui.
Jugué sin ningún miedo a perder, sin miedo
aposté lo que tuve y todo gané.
Mi mente a veces no es consciente del qué,
a pesar de que lo explico cada credo.
Tuve suerte de no buscar beneficios
que puedan provocarme futuros juicios.
Contigo aprendí a bajar los precipicios
con suficiente cautela y sin perjuicios.
¿Quién puede parar o acelerar las horas?
¿Quién sabría el maldito momento exacto?
¿Quién deja huir al afecto a las afueras?
No busques un ‘quién’ que rompa nuestro pacto.
El desierto que deploro en mi deshielo,
guardará el frío mientras dure el anhelo.
Y mi gran consuelo es volver de mi duelo
con las manos abrazando a tu pelo.
Llámame, ríete y cuélgame tan solo…
Que nos echemos de menos y no ‘en cara’,
que la distancia deje de ser tan dura.
¿No será que eres Dafne y yo seré Apolo?
Me caigo y me levantas todas las veces...
Me pregunto: ¿levantarse lo merece?
O ven y sígueme a ver el universo
sin cuestiones sobre todos estos versos.
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