Parte 2 del comentario crítico sobre (antes deberías leer la Parte 1)
¿Llenar el vaso o encender el fuego?
Viejos y nuevos riesgo de la acción educativa. (José Antonio Ibáñez-Martín, 2010).
En la entrada de hoy voy a intentar dar respuesta a las preguntas que me hice en la anterior y quedaron sin responder. Recuerdo que ya se respondió ¿qué hace el docente en el aula? Ahora pasamos a ver ¿qué hacen los estudiantes? Y ¿qué esperan el docente y los estudiantes del otro?
Compartiendo su
opinión, la mayoría, en definitiva, acuden a conseguir trabajo. Hoy día, la
práctica en las aulas, indudablemente, es acerca de negocios. Por el contrario,
debería alejarse de esto y, sobre todo, enseñar el “saber estar” que permita al sujeto ser adaptable y
autónomo, capaz de aprender por sí mismo lo que necesite para llenar su vida de
sentido. Aun así, la concepción que prima en la sociedad es la que apoya esta adaptación
del sistema educativo al mercado laboral, vertiginosamente cambiante, basándose
en que será común cambiar de empleo hasta tres veces en nuestra vida activa,
según se mantiene desde los sectores más liberales. No obstante, estos cambios
de empleo, a buen seguro, no serán porque los trabajadores tomen la decisión
propia de hacerlo, sino por obligación (Hirtt, 2003).
Más adelante, otra
de las grandes preguntas que quiere dar respuesta este artículo es
¿Qué espera el
docente de los estudiantes?
Es interesante la
propuesta del ‘arco IRIS’ que nos ofrece Ibáñez-Martín (ver Interés,
Reflexión, Incorporación y Superación en el alumnado), pero, en mi opinión, considero
que el hecho de esperar que el estudiante logre tales acciones les exige
demasiada responsabilidad. No debemos esperar más allá que lo que el estudiante
pueda ofrecer, pues es asunto nuestro el proponer todas las condiciones para
facilitarle el máximo crecimiento personal. Sin embargo, sí comparto que en el
imaginario social sobre la profesión educativa esté el esperar que nuestros
alumnos tengan buenos modales, pues sabemos de la dificultad para alcanzar
ciertos conocimientos técnicos o profesionales, en cambio, lo ético debemos
querer transmitirlo a todos los estudiantes que pasen por nosotros.
¿Qué esperan los
estudiantes del docente?
Se espera, sin duda, que sepa individualizar la
enseñanza dentro de un colectivo, teniendo en consideración, por supuesto, a
ese colectivo. En este sentido, compartiendo la opinión de Gimeno (2005), el
reto del maestro debe estar en investigar sistemáticamente la cultura que
ofrece para no caer en el error del fracaso cultural, que nos conlleva
inevitablemente al fracaso escolar. El fracaso cultural se da cuando lo que
ofrecemos desde la escuela es improcedente y carente de sentido, dado la
contemporaneidad de la época. Así, ambos fracasos unidos provocan el fracaso de
la escuela como institución educativa, social y cultural. De hecho, según
Armando (1987), desde el colegio se ha trabajado para conseguir un “producto final” sin conexión con sus
experiencias previas. Para evitar que se produzca este tipo de situaciones
debemos tener en cuenta la socialización. Esta se produce en múltiples sitios,
en mayor medida en las actividades extraescolares, transmitiendo rápidamente lo
que se denomina “cultura social”, que
es más cercana a los intereses de los alumnos que lo que la escuela les aporta
diariamente; la “cultura escolar”,
provocando así un divorcio entre ambas. Para terminar, recogiendo palabras del
propio autor del artículo, debemos tener en cuenta que todos los maestros son
maestros de humanidad, quieran enseñarla o no.
Lee, duda y escribe.
Lee, duda y escribe.